lunes, 28 de marzo de 2011

Frangmento de Demian, Hermann Hesse

Por fin nos sentamos en el suelo. Franz escupía al agua, haciéndose el
hombre; escupía por el colmillo y daba siempre en el blanco. Se inició una conversación y los chicos empezaron a fanfarronear de sus hazañas escolares y sus travesuras. Yo me callaba, pero temía llamar la atención con mi silencio y despertar la ira de Kromer.
Desde un principio mis dos compañeros se habían apartado de mí y unido a él. Yo era un extraño entre ellos y sentía que mis vestidos y mi manera de comportarme les provocaban. Era imposible que Franz me aceptara a mí, niño bien y alumno del Instituto; los otros dos chicos -yo me daba cuenta- renegarían de mí en el momento decisivo y me dejarían en la estacada.


Por fin, de puro miedo que tenía, empecé también a contar. Me inventé una historia de ladrones y me adjudiqué el papel de héroe principal. Les conté que en un huerto cerca del molino había robado por la noche, con la ayuda de un amigo, un saco de manzanas; pero no de manzanas corrientes sino de reinetas y verdes doncellas de las más finas.

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