Estos días me guardo a las corrientes de aire que me enseña la ventana, la brisa, y todo lo contrario. A las ondas sinuosas que deben estar bailando en una demostración de equilibrio, siempre sin hundirse, y a las olas que sé que se están rompiendo, que se están desintegrando, un poco más cerca. A los chicos que caminan por la calle o que prefieren el autobús y al que está sentado en el banco mirando a un gato, y que tiene una pierna debajo de la otra, y la otra, retorcida, entre apoyada y levitando sobre el suelo.
Ahora tengo corrientes, muy pero que muy alternas y ondas electromagnéticas en el papel y en el pelo.
Si los minutos van tan despacio, ¿qué ha pasado entre las cuatro y las tres?
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maullidos tintineantes